El destino es testarudo: cuando tiene un propósito reservado para alguien, insiste hasta que uno toma consciencia y cede. Esto es lo que le pasó a Lucía Lantero cuando, finalizada la carrera a Agrónomos, se fue a Haití, después del terremoto de 2010, para ayudar a reforestar la zona. Lo que tenían que ser unos meses, se convirtió en un proyecto vital enfocado a ayudar a los niños que viven en la zona sur del país, en la más extrema pobreza y vulnerabilidad. Y creó Aymy. Esos niños que, una noche de tormenta, se refugiaron en el techado improvisado en el que dormía Lucía. Hoy, 18 años después, el techado se ha convertido en un orfanato que ofrece un hogar seguro para los niños de la calle, con escuela en la que aprender no sólo a leer y escribir, sino a convivir sin violencia -algo básico y a la vez muy difícil en la zona-. No ha sido fácil llegar hasta aquí, pero el optimismo, tenacidad y humildad de Lucía han permitido impactar en una de las zonas más pobres del planeta y que sólo reconocemos cuando nos los recuerdan en los medio.
Neus Portas.- ¿Cómo es el equipo de Aymy?
Lucía Lantero.- Nos enfocamos en dar puestos de trabajos a los haitianos. Queremos incidir no sólo en los niños de forma directa, sino en toda la comunidad de forma indirecta. Los que estamos en España no cobramos, somos 6 voluntarios que trabajamos de forma continuada y otros que ayudan puntualmente. Vamos varias veces al año a Haití, con la idea de dejar conocimiento en el país pero sin perpetuar nuestra presencia. Ahora mismo en Aymy hay 26 haitianos trabajando: es paradógico, pero actualmente somos la mayor empresa del sureste del país.
NP.- ¿Qué actitud ha hecho falta para que Aymy llegara donde está?
LL.- Principalmente 2 cosas. Una, que soy optimista por naturaleza. Si hubiese sido realista, habría sido imposible. Y dos, que cuando existe amor, no hay límites, no hay opción de tirar la toalla.
NP.- ¿Cuáles dirías que son las principales características de una persona emprendedora que quiera aportar soluciones a las necesidades actuales?
LL.- La primera, la humildad, porque tienes que dejarte guiar y el ego es muy traicionero: tienes tu propia idea de cómo crees que deberían ser las cosas, y no siempre son así. Así que es importante saber escuchar para luego, tomar tus propias decisiones, pero siempre habiendo escuchado antes con una actitud abierta. Y segundo, la fuerza de voluntad para llevar a cabo el plan que definas, porque no siempre es fácil. De hecho, es difícil la mayor parte del tiempo.
NP.- ¿Qué aptitudes o aprendizajes has ido adquiriendo al emprender?
LL.- He tenido que aprender un poco de todo, de lo más teórico a lo más práctico y de lo más global a lo más concreto. Desde cocinar con carbón a lavar la ropa en el río; también he tenido que aprender mucho de psicología con los niños porque cuando llegué a Haití era muy joven y no tenía hijos aún. He tenía que hacer de abogado para defender derechos de los niños y de juez y policía para lidiar con conflictos entre los niños dentro del orfanato. La dificultad en la mayoría de los casos es que no hay nadie con quien te puedas comparar porque las condiciones de cada país son particulares, no puedes predecir las consecuencia de tus decisiones. Así que tienes que sopesarlas muy bien, escuchar, como te decía antes y ser consecuente. Pero de forma transversal, te diría que con la empatía es como más aprendes, escuchando, observando, queriendo aprender.
NP.- Tu propósito lo encontraste en Haití, o te encontró él a ti y te insistió en que ese era tu “para qué”. ¿Cómo se puede hacer para que la gente encuentre o preste atención a sus “para qués” o inquietudes?
LL.- Yo creo que todo el mundo es consciente de lo que debería hacer, de dónde le necesitan. Pero esto tiene un coste de dejar la zona de confort, saltar al vacío y sentirte inseguro. Y requiere valentía y ser fiel a tu naturaleza. Implica tallarte a ti mismo para dejarte mejor que cuando naciste. Es la responsabilidad que todos tenemos. Pero no es fácil y no todo el mundo está dispuesto a salir de su zona fácil y arriesgar.
NP.- ¿Y cómo se puede hacer para que no se nos olvide la situación de ciertos países y actuar más allá de los momentos de crisis? La sociedad, los medios, la escuela…
LL.- Los medios son clave. El problema es que se busca un momento de debilidad para dar pena para movilizar, para que dones dinero de forma puntual para la causa. Pero la pena no tiene raíces, no es sólida: lo que hay que crear es consciencia. Porque es cuando apelas a la consciencia cuando hay un cambio. Los voluntarios de Aymy, cuando van al terreno, a menudo sufren un shock cultural tan duro que no da tiempo a reaccionar, se quedan en un dolor que paraliza, en la negatividad de que no se puede hacer nada. Es mejor concienciar de todo lo que sí se puede hacer, de los pequeños pasos que se pueden ir dando. En mi caso, las circunstancias me obligaron a tomar la decisión de quedarme y a adquirir el conocimiento para saber cómo ayudar. Porque para ayudar no es suficiente con querer, sino que hay que saber qué hace falta y conocer las herramientas para saber lo que estás haciendo. Estás jugando a ser dios y esto es muy peligroso. Cuanto más conocimiento y consciencia tienes de un problema, más difícil es que te olvides. Por eso, creo que los medios deberían centrarse en aportar conocimiento sobre las situaciones que se viven en ciertas zonas del mundo o de las problemáticas que existen, dar información real para crear conciencia. Tal vez así sí podría haber un cambio.
NP.- Dices que para los niños ir al cole es un lujazo. Teniendo en cuenta los pocos recursos que tenéis, ¿por dónde se empieza?¿Qué es lo básico que hay que enseñarles?
LL.- La base es el amor incondicional. Que sepan que no les vas a dejar de querer, que como persona valen. Esto les cuesta mucho, porque durante muchos años se han identificado con el malo, el que no vale, que es la visión que se tiene de estos niños en República Dominicana, donde a veces se refugian, pero también en su propio país. Cuando por fin interiorizan este amor y se sienten seguros, entonces ahí están más receptivos a aprender, a querer cambiarse. Y entonces, hay que empezar por moral básica, convivencia… Aunque en el caso de Haití es un poco contradictorio porque sabes que es difícil para la supervivencia en el país. Pero no puedes renunciar a ello. Lo demás, a leer y escribir, aunque sea lo justo para manejarse. No pido mucho más, con esto me doy por más que satisfecha, sabiendo de dónde venían.
TEST
NP.- Una iniciativa que admires.
LL.- La Fundación Vicente Ferrer
NP.- 3 cosas que te gustaría aportar a los niños
Seguridad, amor y que vuelen ellos.
NP.- Un referente de Actitud Emprendedora.
LL.- De nuevo, Vicente Ferrer
NP.- Lo malo y lo bueno de emprender
LL.- Lo malo, la soledad y las críticas. Lo bueno, que vives magia.
NP.- Si pudieras reinventarte, ¿qué serías?
LL.- Lo mismo
NP.- ¿Cuál es tu mayor talento?
LL.- La perseverancia
NP.- Tu propósito vital.
LL.- Darme, dejarme por el camino, saber que lo he dado todo, que no he dejado nada en el cajón.
NP.- ¿Quién es tu héroe en la vida real?
LL.- Mis niños
NP.- ¿Algo que no soportes?
LL.- Que les corten las alas a la gente, que no se fomente el ser valiente. Se coharta demasiado la valentía.
NP.- Algo que te fascine
LL.- La gente valiente, que se tira por algo en lo que cree de verdad.
NP.- ¿Un libro con el que hayas aprendido?
LL.- El libro de la Fundación Vicente Ferrer, otra vez. En uno de los peores momentos en Haití, mi primo me regaló el libro y volé. Me dio alas para seguir.
Sin duda, Lucía es de las personas que da, que se entrega con conciencia pero con rigor. Que ha aprendido en uno de los entornos más duros del mundo y que sabe que cada gota es una más que hace el océano. Es positiva y optimista, pero sin un ápice de inocencia: ha visto demasiado de cerca lo cruel que puede llegar a ser la realidad. Por eso sigue avanzando, pasito a pasito pero siempre mirando adelante. Dando todo lo que puede sin esperar nada a cambio, más que hacer que unos cuantos niños en un rincón del mundo del que nos olvidamos demasiado rápido, puedan crecer con un mínimo de seguridad.
Gracias, Lucía, por empujarnos a salir de nuestra zona de confort.